Pues sí amigos, esto es lo que pienso mil veces al día, toooodos los días desde el maldito 18 de agosto de 2012. Porque si estoy seguro o segurísimo de una cosa, es de lo desafortunado que fue ese día, que por desgracia cambió mi vida radicalmente, y la de los otros dos amigos que iban conmigo, pero dentro de lo malo, solo nos la cambió y no acabó en ese momento. Yo he visto y he convivido con gente que ha tenido accidentes mucho peores, incluso en los que tristemente ha fallecido algún ocupante del vehículo, pero ninguno más “desafortunado», o con más «casualidad» que el mío…
Y os preguntaréis que por qué lo digo así de “fuerte y claro”, ¿verdad?. Pues es muy fácil de explicar, y más que nada es porque por mucho que me cueste aceptar y pensar, la vida no nos cambió por mi culpa, ya que fue un “accidente” (por llamarlo de alguna manera) en el que yo (que conducía) no tuve absolutamente nada que ver. Ahora es cuando os preguntaréis lo siguiente, que es la típica pregunta de… “Y entonces… ¿Cómo o por qué fue así?”. Pues ahora es mi turno de explicar lo inexplicable. Bueno, como ya sabréis (porque lo conté hace tiempo en otra entrada del blog), era una calurosa tarde de verano, concretamente del 18 de agosto de 2012. Estábamos pasando un día realmente bueno, o incluso buenísimo, hasta que empezó a hacer algo de viento. Entonces decidimos irnos al pueblo a algún bar o a alguna terraza a tomar algo. Bien, pues cogimos las toallas y todas las cosas y nos fuimos de allí (maldita la hora, el minuto, incluso el segundo de tomar la decisión). Nada más arrancar el coche, salimos de la piscina dirección al pueblo, y de repente, prácticamente al lado de la piscina (a unos 40 o 50 metros) pasábamos por la carretera, a menos de 20 Km/h reales y dio la casualidad de que justo había que pasar por un tramo de la carretera donde había un árbol en un lado (un álamo “maldito”). Bueno, hasta aquí todo bien, pero también dio la casualidad juntada con la mala suerte de que dicho árbol, tenía la base chamuscada de algún incendio de años antes, y sumado al viento que había, se nos vino encima del coche. Sí, habéis leído bien. ¿Un árbol encima de un coche? ¡Correcto! Puede parecer algo surrealista, o incluso ficticio de alguna manera, pero la verdad es que fue real como la vida misma, y lo peor de todo no fue eso, sino las consecuencias de la colisión árbol-coche. Pero como creo que me estoy extendiendo demasiado para ser una simple entrada del blog, lo voy a dejar de contar aquí, porque esto es algo fundamental para mi libro. (En el que además ya he escrito todo esto muy detallado y bien explicado).
Acabaré la entrada con una foto que acabo de encontrar por Internet, de un árbol en el mismo estado que estaba el del accidente. (No es el del accidente, pero estaba en un estado muy similar. Para verlo más grande, simplemente pinchar en la foto).
Y también de una forma rápida y sólo dejando un simple comentario.